Enseñar en preescolar, implica que, durante el diseño de proyectos educativos, invite a la niñez a participar activamente en la construcción de sus aprendizajes, por lo tanto, durante las clases me dirijo a los alumnos y alumnas, con un lenguaje inclusivo, buscando las palabras que logren impactar en sus emociones, con el propósito de despertar el verdadero deseo de ampliar el conocimiento y desarrollar de forma integral sus capacidades, habilidades, actitudes y aptitudes. Por esto, considero necesario resaltar la relevancia de la movilización correcta de las emociones en esta etapa.
Actualmente, al dialogar con las familias, he expuesto la necesidad de mantener una comunicación continua con respecto a las conductas y estados de ánimo de los estudiantes, recordándoles sus obligaciones como tutores; recalcando que el aprendizaje será más fácil de adquirir si el educando se encuentra con una actitud de apertura, y que para lograrlo debe existir un fuerte compromiso de todos y todas, creando siempre un ambiente seguro, de confianza, en el que se escuchen y validen las emociones de los niños y niñas.
Sin embargo, aún existen fuertes creencias de que en la escuela solo se aprenden “letras y números”, donde lo socioemocional tiene un menor valor comparado con aquello a lo que llaman “académico”. Lo anterior, lo veo reflejado en las respuestas ante la frustración de los niños y niñas, al no lograr completar una actividad como esperaban o perder en algún juego, porque de inmediato se ponen a: llorar, gritar, agredir física y verbalmente, entre otras conductas, que denotan que en casa no son observados, ni escuchados.
De hecho, durante las reuniones de evaluación lo que les preocupa a los tutores y tutoras es saber cuándo van a leer o escribir porque es lo que piden en las primarias, en vez de ocuparse de cómo viven el proceso educativo sus hijos e hijas; me pregunto ¿de qué sirve un modelo educativo que busca un aprendizaje integral y humanista si no se respeta este principio entre niveles?, ¿los y las docentes no están capacitados en la correcta formación de la niñez?, ¿por qué no se valora la etapa en la que se encuentran los educandos y la relevancia del cuidado de las emociones?
Para enseñar o entrar en un nuevo tema a abordar, primero requiero de un completo dominio de lo que se va a trabajar, pero también de conocer los intereses de lo que se quiere aprender por parte de los estudiantes. Para lo anterior, preciso de conocer cómo aprende cada uno de ellos y ellas, reconociendo que, aunque, los procesos cognitivos sean los mismos, influirá en gran medida: la motivación y el ambiente; en el presente, los y las educadoras debemos capacitarnos constantemente para enseñar de la mejor manera. “Además, el maestro actual debe ser capaz de controlar los mecanismos atencionales y motivacionales, porque enseñar y aprender empieza por atender; sin embargo, para lograrlo no solo hay que querer, sino también saber cómo hacerlo” (Caballero, 2019, p. 13).
Dentro de las actividades didácticas, que en su mayoría implican el uso del juego como estrategia de aprendizaje, brindo momentos para la reflexión y el análisis, donde resalto los logros, favorezco el reconocimiento de los valores que se implicaron y así mismo propongo a los educandos que compartan cómo se sintieron durante la jornada para que se sientan valorados y crezca su interés en seguir participando. “Un niño en sus primeros cinco años de vida necesita estímulo, motivación, afecto, reconocimiento y curiosidad, entre otros aspectos, para lograr una vida con aprendizajes y experiencias significativas” (Rotger, 2017, p. 43).
De acuerdo a lo mencionado, en preescolar se ponen los cimientos educativos, basándose en el principio de que los niños y niñas están descubriendo el mundo que les rodea y cómo funciona; es justo en esta etapa, donde se puede despertar el amor a aprender, viéndolo como algo útil, con significado, que favorezca la vida cotidiana. “Se trata de la época en la que mayor impacto tienen todos los procesos de aprendizaje y adaptaciones escolares; es una etapa en la cual la educación perfila el futuro de los niños” (Ranz y Giménez, 2018, p. 8).
Por lo anterior, al hablar de aprender, debemos comprender que la razón está ligada a la emoción y que motivar a nuestros estudiantes es fundamental para el correcto desempeño de los educandos; la forma en la que reciban el aprendizaje dependerá entonces del entorno y como la maestra o el maestro estimule y potencialice las emociones positivamente. “Las emociones son sumamente importantes en el aula, ya que influyen en el estado de ánimo, en la motivación e incluso en el carácter y en la conducta” (Domínguez, 2019, p. 73).
En definitiva, el ser docente de menores que oscilan entre los 4 y 6 años, me ha enseñado que la forma en la que aprenden se determina en gran medida por el cómo son tratados y en lo que sienten. Por esto, se debe priorizar el cuidado de las emociones. Debemos ocuparnos de que las niñeces estén siendo cuidadas y amadas, porque solo así formaremos adultos y adultas, capaces de tomar decisiones razonadas, pensando desde la empatía, ciudadanos abiertos al aprendizaje, que quieran transformar su realidad por el bienestar común.
Referencias:
Caballero Wangüemert M. (2019). Neuroeducación en el currículo. Enseñar en el aula inclusiva. Pirámide.
Domínguez Márquez, M. (2019). Neuroeducación: elemento para potenciar el aprendizaje en las aulas del siglo XXI. Educación y ciencia, 8(52), 66-76.
Ranz Alagardaa D. & Giménez Beutb J. A. (2018). Principios educativos y neuroeducación: una fundamentación desde la ciencia.
Rotger M. (2017). Neurociencias y neuroaprendizajes: las emociones y el aprendizaje: nivelar estados emocionales y crear un aula con cerebro.